Mañana lluviosa para salir de Bolivia. Dejábamos Copacabana al tiempo que descubríamos que la oficina que nos había vendido el ticket no tenía un bus propio como nos dijeron y que nos había cobrado un tercio en recargo por subirnos al bus de otra compañía. Este enésimo timo en la lista se compensó por el hecho de que el cruzar la frontera con Perú fue un trámite sencillo, rápido y seguro, cosa que a excepción de los cruces de frontera entre Argentina y Uruguay en Salto y Colonia, no volvería a ocurrir.
El viaje de 10 horas en bus transcurrió por los más bellos paisajes montañosos andinos por carreteras de gran peligro. Además el conductor tuvo a bien ponernos Rambo I, II y III en alto volumen. Esto no hizo sino confirmar que los conductores de bus, en cualquier parte del mundo, tienen una secreta perversión por arruinar el viaje a sus pasajeros y la televisión a bordo es, evidentemente, su arma más letal.
Llegando a Cuzco
Al llegar a Cuzco, ya de noche, tuvimos el ya habitual acoso de taxistas y ofrecedores de habitación. Nos mantuvimos fuertes y no sucumbimos ante ninguno. Finalmente tomamos un taxi y le indicamos que fuera al hostal del que una señora nos había dado una tarjeta de propaganda e incluso se ofrecía a llevarnos ella misma gratuitamente.
Como la calle era peatonal nos dejo en la entrada y equivocadamente nos metimos a preguntar a otro hostal, en el que nos quedamos y a la postre resulto ser mucho mejor y algo más barato que el que andábamos buscando. Era un hostal familiar atendido por Juliana y su marido lo cuales se encargaron de ayudarnos y aconsejarnos en todo lo posible.
Cuzco es un sueño de ciudad. Con sus calles adoquinadas, y edificios, iglesias, catedral, palacios coloniales muy bien conservados, lo hacen un paraíso para la vista. La plaza de armas con la catedral y la iglesia de la Compañía y sus costados con soportales, las vistas a la ciudad desde el elevado y bohemio barrio de San Blas, Coricancha y el Convento de Santo Domingo, el Convento e Iglesia de la Merced, la Calle Hatun Rumiyuq con el palacio Arzobispal construido sobre el palacio del Inca Roca, y un largo etcétera, muestran el esplendor de una arquitectura colonial que fue construida a expensas de la destrucción de la capital del Imperio Inca y aprovechando los materiales de construcción de la más alta calidad empleados por los incas, su grandes piedras poligonales, sus sólidos cimientos en forma de cuña con anchísimas bases para protección sísmica, y la decoración de sus iglesias, palacios, conventos y catedral con el oro procedente de la fundición de autenticas joyas del arte inca.
Me permito todavía destacar algunos elementos más de Cuzco. La iluminación de su centro histórico, tanto calles como monumentos, es exquisita aumentando su esplendor y romanticismo, sobre todo si se ve desde la plaza de San Cristóbal o desde el barrio de San Blas. En la catedral al costado del altar está un gran lienzo que representa a Cristo y sus apóstoles en la Ultima Cena cuyo autor es el cusqueño Marcos Zapata; célebre porque al medio de la mesa se aprecia una bandeja que contiene un cuye (cobayo o conejillo de indias) asado que es el plato por excelencia en los Andes, heredado de la tradición inca; asimismo el pintor andino puso en la mesa productos como papayas y rocotos, es decir elementos de su mundo ancestral.
Este ejemplo sirve para mostrar como los indígenas del altiplano combinaron o incorporaron las tradiciones y creencias de la cultura inca con la impuesta cultura española y católica. También de gran relevancia en la ciudad es la casa-museo del Inca Garcilaso de la Vega (1539 – 1616), todo un héroe local.
Hijo de un noble español y una princesa inca dedicó gran parte de su vida a documentar las tradiciones e historia inca que sus tíos, hijos del emperador Inca Huayna Cápac le inculcaron en su infancia. Es una historia curiosa la del Inca Garcilaso de la Vega ya que además de defender y profesar un gran cariño por el mundo Inca también se sentía español, donde también largo paso un periodo de su vida.
El siguiente día a nuestra llegada era domingo, y lo pasamos tomando un primer contacto con la ciudad, paseando sus calles adoquinadas e informándonos de los sitios más importantes a visitar tanto en la ciudad como en el valle sagrado y cómo hacerlo. Capítulo especial merece la planeación de la visita a Machu Pichu, aunque todo sea dicho, todavía no estaba seguro de si quería visitarlo, pero dejemos ese tema para luego.
Finalmente, compramos el boleto turístico integrado que costando alrededor de 130 soles peruanos (alrededor de 40 euros) incluía la visita a 16 sitios arqueológicos, museos, o espectáculos. Aquí sentí por primera vez la estudiada estrategia que se tiene en Perú para intentar sacar hasta el último céntimo de los turistas.
Pues las opciones eran dos: visitar las ruinas individualmente pagando por cada una de ellas 70 soles, o comprar el boleto integrado por 130 soles, por lo que la decisión parecía evidente. Dicho boleto combinaba sitios arqueológicos de valor incalculable con museos o espectáculos o algún monumento reciente de muy escaso valor en mi humilde opinión.
Aparte de eso, había que contratar excursiones para hacer las visitas, y después de la segunda o tercera excursión me percate que todos los sitios estaban muy cercanos y se necesitaba prácticamente un par de horas para llegar al Valle Sagrado. Pero se dividían en varias excursiones distintas, repitiendo cada día el mismo camino y visitando sitios al lado de los visitados el día anterior. Esto indudablemente aumentaba el número excursiones y de días que el turista se queda en Cuzco, ya que inconscientemente se quiere visitar todos los sitios que incluye el boleto. Nosotros no lo conseguimos, y creo que nadie que conocimos tampoco.
Aún no habíamos acabado de explorar y disfrutar Cuzco, no obstante los próximos días los emplearíamos en conocer el cercano Valle Sagrado de los Incas.